“La ciudad era un infierno, los rayos calcinan, un dejo de agobio…
Así iba, caminando por la acera incandescente, con el sol a cuestas que chamuscaba su verdosa piel (de cual color nadie se percataba…)
Por eso había preferido cubrirse con su gabardina parda, porque el calor agobiante se podía tolerar, mas no así los rayos del sol.
Caminaba sudorosa, con prisa y cautela, imaginando su pronta llegada, algo sucedería ese día y le apretaba la mente con preguntas incoherentes, sabia nada más que hoy sería el día.
Pisaba fuerte con sus zapatitos lustrados y ocultaba su mirada bajo sus lentes color ocre, la mirada perdida, que encontraba lo que le convenía, que escudriñaba cada cosa, cada vida. Pero hoy no sería así, ¡HOY era el día!”
Así soñaba.
No transcurrió más de una hora, cuando escuchó un “toc toc” que llama, inusualmente apresurando un poco sus movimientos y como siempre ávido el pensamiento, abrió la puerta.
Dos personas en el umbral, hombre y mujer, analizándolo rápidamente pensó “Estos dos: nada que ver…” un saludo rápido, una presentación poco usual y todo transcurrió dentro de la normalidad.
Bueno, casi todo, había algo…algo que sólo ella notó… sólo ese detalle, ese individuo, tenía algo que no cuadraba, algo de sí, ese detalle imperceptible, inadvertido, ignorado, algo extraño en la mirada y un gesto de pocos amigos…
No se percató de momento, pero la mente inconsciente le hizo reaccionar y pensó:
“ Es ÉL, el hombre que espero, habitante de Ciudad Pirata…!”
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